¿Por qué comer ecológico?

La Organización Mundial de la Salud establece que el 80% de las “enfermedades de la civilización” se deben a una “mala dieta”. Por ejemplo, según las estadísticas, sólo el 20% de los cánceres tienen un componente genético. En salud es mucho mejor prevenir que curar. Esta prevención puede empezar por una dieta viva, equilibrada, saludable y natural. Pero, ¿por qué es importante introducir alimentos ecológicos en esa dieta?

¿Por qué comer productos ecológicos?

Podríamos escribir libros de razones, pero para resumir mucho, dividimos las razones de comer ecológico entre “egoístas” y “globales”.

Las razones globales son muy claras aunque a veces no las tengamos tan presentes. Son aquellas que se enfocan en el cuidado del planeta y sus habitantes. La agricultura ecológica respeta la biodiversidad, los tiempos de barbecho y cosecha. Y no ensucia el planeta con desechos tóxicos como pesticidas o abonos químicos.

La historia de los químicos industriales está plagada de casos de productos que pasan los controles primarios. Se usan durante años antes de descubrir fatales consecuencias a largo plazo para los seres humanos o el medio ambiente, como por ejemplo pasó con el DDT. Los métodos tradicionales de agricultura llevan milenios de ensayo y error, no hay fallo.

Además la agricultura ecológica respeta la dignidad y la salud de los que la trabajan. Se trata de pensar en qué planeta y qué sociedad queremos que hereden nuestros nietos.

Respecto a las razones egoístas, al comer ecológico sabes lo que comes. No son alimentos transgénicos (con todos sus riesgos cada vez más comprobados). Los pesticidas no se usan, ni los abonos químicos. No se aceleran las cosechas de forma artificial. Pasan controles mucho más estrictos de calidad, no sólo el producto final sino su producción y entorno. No se tratan de formas inimaginables para mantener su aspecto (sin radiación, ceras y demás maquillajes).

Nuestro cuerpo gasta mucha energía en enfrentarse y limpiar todos estos tóxicos, y a veces no lo logra. Esto podría estar favoreciendo ciertas enfermedades.

Pero además, muchas veces nos alimentamos con macronutrientes (proteínas, hidratos o grasas) pero “vacíos”. No recibimos los micronutrientes que deberían ir también, y que tan importantes son para el mantenimiento de la salud. Como son las vitaminas, oligoelementos, minerales, enzimas.

La mayoría de nuestra alimentación se basa en productos “muertos”. Bien por el procesado que nosotros le damos tras comprarlo (conservación y cocinado). Bien porque ya en origen se les ha sometido a procesos de maquillaje y conservación que inactivan sus enzimas y oxidan las vitaminas.

Los productos ecológicos de temporada a veces se pueden “pochar” más fácilmente o más rápido. Pero conservan más nutrientes y todo su sabor. Están “vivos”.

¿Lo ecológico es más caro?

Esta generalización no siempre es cierta. Pero en aquellos alimentos en los que hay diferencia, hay que entender que también la hay en los costes de producción. Si respetas los tiempos y espacios de la naturaleza sin hacer trampas, si utilizas procesos y productos ecológicos que son más caros (por ejemplo, abonos ecológicos en vez de químicos), pagas sueldos dignos por el trabajo, y obtienes menos cantidad de producto en cada cosecha (no pasa siempre, pero en la mayoría de los casos la cantidad de producto que se obtiene es menor), el precio de venta sube. Sólo la certificación ecológica y los estándares de calidad que supone tenerla ya es una inversión.

Por ejemplo, el aceite de oliva de primera presión en frío obtiene un 40% menos de aceite de cada aceituna respecto a métodos que usan altas temperaturas y químicos agresivos. Y eso sin entrar en los gastos de cultivo ecológico y certificaciones de calidad. Por supuesto, el aceite de este tipo no sólo no es perjudicial, sino que conserva sus propiedades nutricionales positivas y el sabor original. Pero su producción es más cara y obtiene menos litros, con lo que se notará a la hora de comprarlo en la tienda.

Los temidos Es

Todo alimento es química (y física), partamos de esa base, porque la vida es química y física. Desde la transformación de una semilla al germinarse a la propia respiración en nuestros pulmones, las vitaminas, la digestión en el estómago… Por ello no hay que escandalizarse de la química misma. Ni de la conservación de los alimentos de por sí, que se lleva haciendo durante milenios con técnicas y procesos variados. Ya que es necesaria en muchos alimentos para que nos lleguen intactos y sin desarrollar elementos potencialmente nocivos.

Pero igualmente, los alimentos procesados o precocinados llevan un cortejo de números con Es delante que asusta a cualquiera, simplemente porque es complicado saber lo que comes. Está escondido en letras y números, o nombres imposibles. Y aunque es todo perfectamente legal como hemos visto, la realidad es que crean nuevos aditivos cada día, igual que se prohíben muchos que estaban permitidos. Muchos aditivos son inofensivos o incluso beneficiosos, pero muchos otros pueden ser peligrosos por acumulación o combinación (de hecho para algunos se ha creado el IDA, ingesta diaria adecuada).

¿Qué pasa en una persona que tome por ejemplo tres refrescos y ocho alimentos procesados de media al día?

El problema es que los estudios se realizan con los elementos aislados y con dosis máximas por producto. Por lo que en este caso nadie puede asegurar o predecir qué efecto puedan tener todos esos elementos químicos combinados y acumulados a medio plazo (o las interacciones que puedan realizar entre sí, sometidos a la digestión y con el resto de nutrientes). Y que con la etiqueta actual es complicado poder calcular la cantidad de cada E que está ingiriendo realmente al día.

Hace poco se hacía viral un post en un blog (http://www.adelgazarsinmilagros.com/denunciable-carnes-de-mercadona/). Un artículo en el que se exponían los ingredientes de una carne de cerdo. Normalmente los ingredientes de una carne de cerdo deberían ser como mucho dos, carne y sal o algún otro aditivo de este tipo. Por lo que sorprende que carne sólo haya la mitad, y la mayoría del resto sean números o nombres inpronunciables. No es una cuestión de obsesionarse con las etiquetas. Pero sí tratar de evitar aquello que tenga demasiados ingredientes que no conozco o no entiendo. Los productos ecológicos tienen normas más estrictas respecto a los aditivos. Con lo que ya te aporta cierta tranquilidad adicional y te evita tener que llevarte gafas de lupa para comprar.

También si os apetece tenéis aplicaciones para móvil que te permiten descifrar la maraña de Es. Indicando aquellos que pueden ser peligrosos por acumulación o sobre los que hay alguna sospecha.

Venta a granel, el pasado y el futuro

En muchos casos puede ser un término medio que ayude a acercar el precio de lo ecológico al producto convencional. Aunque parece que la venta a granel es algo de nuestras abuelas, os damos unas cuantas razones para comprar producto ecológico a granel.

Respecto a las razones “egoístas”, la venta a granel es generalmente sin intermediarios. Y al reducir envases y costes, permite que el precio final sea mucho más económico. Además puedes comprar sólo y exclusivamente lo que necesitas, haciendo que comas siempre más fresco y reduciendo lo que desperdicias. Y si te compras unos bonitos botes de cristal o metálicos para guardar los productos, te pueden quedar preciosos en la cocina.

Pero también hay razones globales, ya que reducen los envases plásticos, los etiquetados, los desechos y los procesos industriales. Por tanto, también el impacto medioambiental de cada alimento. Además, al comprar del productor se reduce la huella ecológica. Porque generalmente se trata de productores de cercanía y no hay transportes innecesarios a almacenes intermedios.